Mi Mundo

jueves, 28 de enero de 2010

Me Caí del Mundo

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco..

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de… años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De ‘por ahí’ vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el ‘guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo’, pasarse al ‘compre y bote que ya se viene el modelo nuevo’.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía ‘éste es un 4 de bastos’.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden ‘matarlos’ apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: ‘Cómase el helado y después tire la copita’, nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la ‘bruja’ como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la ‘bruja’ me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano
Escritor Uruguayo.

martes, 19 de enero de 2010

Haiti's Worst Day

jueves, 14 de enero de 2010

Cerca de Ti

lunes, 11 de enero de 2010

De los escritos de San Ireneo contra los erejes

5.1. La escatología valentiniana. Los gnósticos se creen ya salvados por naturaleza, al escapar del alma y del cuerpo tras la muerte, por ser seres pneumáticos. Por eso se sienten libres de la moral en este mundo. Pero ¿de dónde lo sacan? El ser humano está formado únicamente de alma y cuerpo (el espíritu no es un elemento natural distinto del alma; y el Espíritu que se concede al hombre perfecto es el Espíritu Santo): ¿qué es entonces lo que en ellos se salva? Es, además, descabellado enseñar que, por una parte, por naturaleza las almas de los psíquicos quedarán en la Región Intermedia con el Demiurgo, y por otra deban practicar la fe y la justicia (cristianas) para salvarse. Y desatinado que el futuro del cuerpo (y por ende los hombres hílicos) sea quemarse con toda la tierra: ¿acaso quien vive la fe y practica la justicia no es el ser humano completo, es decir cuerpo y alma? ¿Por qué entonces pretenden que sólo el alma podrá vivir en la Región Intermedia? (cf. II, 29).

San Ireneo y el gnosticismo

Irineo significa: amigo de la paz. (Irene - paz).

San Irineo es considerado como uno de los padres de la Iglesia, porque en la antigüedad con su sabiduría y sus escritos libró a la cristiandad de las dañosísimas enseñanzas de los Gnósticos, y supo detener a esta secta que amenazaba con hacer mucho mal.

En una hermosa carta San Irineo le dice a un amigo suyo que se pasó a los gnósticos: "Te recuerdo que siendo yo un niño, allá en Asia Menor me eduqué junto al gran obispo Policarpo. Y también tú aprendiste con él, antes de pasarte a la perniciosa secta. ¡Con qué cariño recuerdo las enseñanzas de este gran sabio Policarpo! Podría señalar todavía el sitio donde se colocaba para enseñar, y su modo de andar y de accionar, y los rasgos de su fisonomía y las palabras que dirigía a la muchedumbre. Podría todavía repetir (aunque han pasado tantos años) las palabras con las cuales nos contaba como él había tratado con Juan el Evangelista y con otros que conocieron personalmente a Nuestro Señor. Y como el apóstol Juan les repetía las mismas palabras que el Redentor dijo a ellos y les contaba los hechos maravillosos que ellos presenciaron cuando vivieron junto al Hijo de Dios. Todo esto lo repetía muchas veces Policarpo y lo que él enseñaba estaba totalmente de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Yo oía todo aquello con inmensa emoción y se me quedaba grabado en el corazón y en la memoria. Y lo pienso y lo medito, y lo recuerdo, con la gracia de Dios cada día".

Y después de anotar tan hermosos recuerdos de su niñez le dice al gnóstico: "en la presencia del Señor Dios, te puedo asegurar que aquel santo anciano Policarpo, si oyera las herejías gnósticas que tú enseñas, se taparía los oídos y exclamaría: '¡Oh Dios: que cosas tan horribles me ha tocado escuchar en mi vida! ¡A que excesos de error se ha llegado en estos tiempos! ¿Por qué tengo que escuchar semejantes errores?', y saldría huyendo de aquél lugar donde se escuchan tus dañosas enseñanzas".

San Irineo nació en el Asia Menor hacia el año 125 y como lo dice en su carta, tuvo el privilegio de ser educado por San Policarpo, un santo que fue discípulo del evangelista San Juan. Después se fue a vivir a Lyon que era la ciudad más comercial y populosa de Francia en ese tiempo.

Era el sacerdote más sabio de Lyon y por ello los católicos de esta ciudad lo enviaron a Roma como jefe de una embajada que tenía como oficio obtener que el Sumo Pontífice concediera su perdón a un grupo de cristianos que antes habían sido infieles pero que ahora querían otra vez ser fieles a la Santa Religión.

Y sucedió que mientras él estaba en Roma estalló en Lyon la terrible persecución en la cual murieron el obispo San Potino y un inmenso número de mártires. Irineo hubiera sido también martirizado si se hubiera encontrado en esos días en Lyon. Pero cuando regresó ya se había calmado la persecución. Dios lo tenía destinado para defender con sus escritos la Santa Religión.

A su regreso a Lyon fue proclamado por el pueblo como sucesor del obispo San Potino, y se dedicó con todo su entusiasmo a enfervorizar a sus cristianos y a defenderlos de los errores de los herejes.

En su tiempo se difundió mucho una de las herejías que más daño han hecho a la religión Católica y que aún existe en muchas partes. La secta de los gnósticos. Estos enseñan un sinfín de errores y no se basan en las Sagradas Escrituras sino en doctrinas raras e inventadas por los hombres. Creen en la reencarnación y se imaginan que con la sola mente humana se logran conseguir todas las solucionescarando y les fue quitando su piel de oveja para que parecieran los lobos que eran. Él no atacaba con amargura, pero iba presentando lo absurdas que son las enseñanzas de los gnósticos. Se preocupaba más por convertir que por confundir y por eso era muy moderado y muy suave en sus ataques al enemigo. Pero de vez en cuando se le escapan algunas saetas como estas: "Con un poquito de ciencias raras que aprenden, los gnósticos ya se imaginan que bajaron directamente del cielo; se pavonean como gallos orgullosos y parece que estuvieran andando de gancho con los ángeles".

domingo, 10 de enero de 2010

IMITANDO AL PADRE ......

Les invito ahora a iniciar una reflexión sobre la imitación del Padre, pues Jesús nos lo entregó para que fuéramos como Él. Esta es su invitación a todos en el SM: “sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Y san Pedro, igualmente, nos exhorta: “El que les llamó es santo; también ustedes sean santos como Él en toda su conducta” (1Ped 1,15). Es necesario que hagamos nuestra esta apremiante invitación de Cristo y su vicario. Terminados los presentes ejercicios, es necesario que reiniciemos nuestro camino de bautizados. Y vivir el Bautismo es vivir la santidad. Pues, este sacramento es una verdadera entrada en la santidad del Padre. En efecto, descubierto el regalo del Padre, estamos urgidos de responder a la llamada a la santidad, para caminar como hijos queridos de nuestro Padre en este compromiso: “Esta es la voluntad de Dios: su santificación” (1Tes 4,3).


Sería un contrasentido, descubrir al Padre y continuar viviendo una vida mediocre, superficial. Los hijos del Padre estamos llamados a ser santos en cualquiera de los estados de vida, pues todos son caminos aptos para la santidad.

Qué es la santidad

Esta palabra viene del latín sánctitas, santidad. Viene de la voz semítica Qodes, cosa santa, santidad, derivada a su vez de una raíz que significa “cortar, separar”, hace pensar en separar de lo profano.

El término hebreo qadosh (santo) del AT es mucho más rico. No es simplemente lo no profano, sino que es la revelación de Dios mismo: Él es qados –santo-. Es este un concepto sumamente positivo que indica “plenitud”: “nada se le puede añadir ni quitar” (Sir 42,21). Define la santidad en su misma fuente: Dios, de quien deriva la santidad, que más que un atributo es su esencia, su naturaleza misma. Yahveh es el tres veces santo: “qados, qados, qados” (Is 6,3). Su santidad exige que, también, el hombre sea santificado, separado de lo profano, purificado del pecado. Insiste en una idea ritualista. Por eso, algunas personas piensan que ser santo es acudir a los sacramentos, insistir en el cumplimiento de unas leyes. Algunos salmos manifiestan algo más. Así se preguntan: “¿quién puede subir al monte del Señor? El hombre de manos inocentes y puro corazón” (Salm 24,4). De todos modos persiste la idea de que la santidad está fuera del hombre, en una pureza ritual, en la observancia de ciertos preceptos. Para el AT la santidad de Dios es inaccesible al hombre: aparece como un poder aterrador y misterioso, capaz de aniquilar a quien se acerque (1Sam 6,19-20), así, el hombre no puede ver a Dios y quedar vivo (Ex 33,18-23); también aparece como un poder que bendice a quienes reciben el arca donde Él reside (2Sam 6,7-11).

En el NT, Jesucristo es el “santo de Dios” (Jn 6,69). Él es Santo por su filiación divina y por la presencia del Espíritu Santo en Él. Su santidad es idéntica a la de Dios, su Padre santo (Jn 17,11). Esta santidad le hace amar a los suyos hasta comunicarles el Espíritu Santo, la gloria recibida de su Padre: “Yo me santifico”para que ello sean santificados” (Jn 17,19-24).

Los sacrificios del AT sólo purificaban exteriormente; el sacrificio de Cristo santifica de verdad a los creyentes y les comunica la santidad. Por la fe y por el bautismo los cristianos participan de la vida de Cristo resucitado. Son santos en Cristo por la presencia en ellos del Espíritu Santo, agente principal de la santificación del cristiano: “a todos los que anima el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8,14-17), que es en sí la fuente de la santidad divina. Pentecostés, manifestación del Espíritu Santo, dio origen a la concepción neotestamentaria de la santidad.

Por eso, se llama santos a los cristianos, y se les convoca a “ser santos e irreprochables ante Dios por el amor” (Ef 1,4). Aquí la santidad ya no es un hecho ritual o legal, sino moral, no reside en las manos sino en el corazón; no es algo que se decide fuera, sino dentro del hombre y se resume en el amor. La santidad ya no está en los lugares, en los objetos o leyes, sino en una persona: Jesucristo. Y ser santo consiste, por lo tanto, no en realizar unos ritos, una liturgia, sino en estar unido a Jesucristo, pues en Él llega a nosotros la santidad de Dios. El es el “santo de los santos” (Jn 6.69). Por el Espíritu Santo el cristiano participa de la misma santidad divina, que exige romper con el pecado y con las costumbres paganas, “obrar según la santidad que proviene de Dios y no según la prudencia carnal” (2Cor 1,12; Ef 4,30-5,1; Rm 6,19; Tit 3,4-7). La vida santa es la base de toda la tradición ascética cristiana; ella no reposa en una ley exterior, sino en que el cristiano “alcanzado por Cristo”,”participe en sus sufrimientos y en su muerte para llegar a su resurrección” (Flp 3,10-14).

El camino hacia la santidad

Como hijos del Padre estamos llamados a la santidad, porque nuestro Padre es santo, como lo recuerda la Virgen en su himno: “su nombre es santo” (Lc 1, 49). Por el Bautismo hemos sido hechos hijos de Dios, santos, colocados en el camino de la santidad y por eso recibimos en la Iglesia las gracias necesarias que proceden de los méritos de Jesucristo. Todos: sacerdotes, religiosos o laicos deben responder libremente a esas gracias para lograr la santidad.

La santidad se nos comunica de dos maneras: por apropiación y por imitación. La más importante es la primera que se nos da por la fe y por los sacramentos: “Han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1Cor 6,11). Según esto, la santidad es don, gracia y obra de la Trinidad. Junto a este medio fundamental que es la fe y los sacramentos, están también la imitación, las obras, el esfuerzo personal. No como independiente y distinto del primero, sino como único medio apropiado para manifestar nuestra fe, traduciéndola en hechos. Y es que las obras buenas, sin la fe, no son obras “buenas”, y la fe sin obras buenas no es verdadera fe. Es una fe muerta. No nos salvamos por las buenas obras, pero tampoco nos salvaremos sin las buenas obras.

El Concilio en el capítulo V de la LG, sobre la Vocación universal a la santidad, pone de relieve estos dos aspectos de la santidad, el objetivo y el subjetivo, fundamentados en la fe y en las obras. Dice así: “Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en Cristo nuestro Señor, no por sus propios méritos, sino por designio y gracia. El bautismo y la fe los ha hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron” (LG 40). La obra de la fe no se agota en el bautismo, sino que se renueva en los demás sacramentos. La santidad es, por tanto, don y obra de la Trinidad, pero requiere nuestra colaboración, nuestro esfuerzo personal para vivir en gracia. La fe que se nos regala la traducimos sen obras. Somos santos y tenemos que ser santos. Hemos sido santificados y tenemos que santificarnos. Es don de la Trinidad y esfuerzo nuestro.

La vida según el Espíritu

La santidad está minuciosamente organizada y elaborada por el Espíritu, con la condición de que nosotros la acojamos, colaboremos con El. Si lo seguimos, obramos el amor, si no colaboramos con El obramos desde nuestro egoísmo. Por eso, el dilema es: el egoísmo o el amor, expresado en otras palabras: “procedan según el Espíritu y no den satisfacción a las apetencias de la carne” (Gal 5, 16).

Para Pablo hay un dilema que no se puede evadir: o la carne o el Espíritu. La santidad nos hace seguir al Espíritu, viviendo así los rasgos de Cristo. Para esto, es decisivo superar la carne, que no es sensualidad sino egoísmo, oposición al Espíritu. Las obras del egoísmo son: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21).

Seguir el Espíritu nos lleva a dejar nuestros intereses, nuestros cálculos, nuestras costumbres, y seguir lo que nos hace decir sí al Señor, a los otros. Esto nos abre un horizonte positivo, que construye la santidad y cuyas obras son: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Gal 5, 22-23).

El amor, que es don, oblatividad, nos hace superar el egoísmo y vivir la alegría que nos da la santidad. Esta alegría no es de diversión, sino la alegría de quien, obedeciendo al Espíritu, se hace don para los otros al estilo de Cristo, el santo de los santos.

Nelson Medina

sábado, 9 de enero de 2010

La Alegoria de la Caverna

San Elulogio

EULOGIO

El nombre tiene su virtud: viene del griego eu (eu), que significa "buen", "bien", más logioV (lógios), derivado de logoV (lógos) que significa "palabra", "razonamiento", de manera que el nombre en su conjunto viene a significar "el que habla bien", "el buen razonador". Y como si la persona hubiese sido marcada por el nombre, San Eulogio de Córdoba se distinguió justamente por su valentía en defender a los mártires de Córdoba y por la brillantez de su razonamiento.

Se desconoce la fecha de nacimiento de Eulogio, que hubo de ser en el primer cuarto del siglo IX. Hijo de ilustre familia hispanorromana, recibió una esmerada educación y tuvo trato con todas las personalidades de la Iglesia hispana. Estaba llamado a ser el paladín de la lucha contra la intolerancia de Abderramán II y su sucesor Mohammed I contra los cristianos de Córdoba.

Es el caso que el péndulo de la intolerancia se detuvo esta vez en los musulmanes. El califa Abderramán, deseoso de rendir un buen servicio a la fe islámica y de ir aumentando la presión sobre los cristianos para llevarlos al buen camino, acabó provocando una avalancha de martirios voluntarios que estaban creando una gran inquietud en el califato. Eran cada vez más los cristianos y cristianas que deseosos de ganar el cielo mediante el martirio, se presentaban a las autoridades islámicas a confesar su fe; por lo que no les quedaba a éstas más remedio que aplicarles la ley, condenándolos a la pena de muerte, a menudo acompañada de tanto mayores suplicios cuanto más se empecinaban estos mártires voluntarios en confesar su fe. Los débiles sucumbían al tormento y renegaban de la fe. Por eso los verdugos redoblaban las torturas por ver si les hacían abjurar, pero esos eran los menos.

Alarmado Abderramán por esta situación, convocó un concilio de los obispos y metropolitanos de la España sarracena, para que condenasen y anatematizasen a los que se presentaban voluntariamente al martirio. Toda la jerarquía eclesiástica se puso del lado de Abderramán, menos Eulogio y el obispo de Córdoba, Saulo. El concilio no se atrevió a ir ni contra las directrices de Abderramán ni contra la razón tan clara y ardientemente defendida por éstos. Emitió, por tanto, un decreto ambiguo, condenando lo que condenaba el sentido común.

Al morir el año 858 el obispo de Toledo, los prelados de aquella provincia decidieron elegir para ocupar su lugar al valiente defensor de los mártires. No consintió el sucesor de Abderramán, Mohammed I, tal afrenta; sino que antes de que pudiera ser consagrado obispo, lo hizo ejecutar.

Los pocos que llevan hoy este nombre pueden sentirse orgullosos del mismo, tanto por su belleza intrínseca como por la belleza y la gloria que le añadió San Eulogio de Córdoba con su sabiduría y valentía.

http://www.elalmanaque.com/santoral/index.htm

jueves, 7 de enero de 2010

La Vida sin Amor

miércoles, 6 de enero de 2010

¿Quien decide si es usted Feliz o no ? Usted Mismo

www.gentenatural.com/astrolar/cursosgratis/autoestima/feliz2.htm

San Severino

San Severino, Predicador.-

Murió el 9 de enero del año 482, pronunciando la frase final del último Salmo de la Santa Biblia: "Todo ser que tiene vida, alabe al Señor" ( véase Salmo 150,6).

Había nacido en Roma en el año 410. Es Patrono de Viena, Austria, y de Baviera, Alemania. La biografía del Santo la escribió su discípulo Eugipio.

A nadie decía que era de Roma, la capital del mundo en ese entonces, ni que provenía de una familia noble y rica. Pero, el perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y trato finísmo, lo delataban.

San Severino tenía el don de profecía y el de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue de misión a las orillas del río Danubio en Austria. Le anunció a las gentes de la ciudad de Astura, que si no dejaban sus vicios, si no se dedicaban a orar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo.

Nadie le hizo caso, y por tanto, él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana.

Pocos días después, llegaron los terribles "hunos", bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, matando a casi todos sus habitantes.

En Cumana, Severino anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso.

Pero, luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: "Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría ocurrido, si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este Santo. Él se esforzó por liberarnos, mas nosotros no quisimos dejarnos ayudar".

De ahí que las gentes se fueran a los templos a orar, cerraran las cantinas, empezaran a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios. Cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo y no entraron a destruir Cumana.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no permitía llegar barcos con comestibles.

San Severino advirtió de castigos del Cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los distribuían. Ellos le hicieron caso y los repartieron.

Entonces, el Santo, acompañado del pueblo, se puso a orar. El hielo del río Danubio se derritió, facilitando el arribo de barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos. Sin embargo, a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: "Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano, te vas a perder." Y por 40 años sufrió Bonoso este mal, llegando a buen grado de santidad.

El Santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la Santa Biblia: "Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero, para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán" ( véase Carta a los Romanos 2,7-10).

Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: "He pecado y nada malo me ha pasado", pues, todo pecado trae castigos del Cielo. Esto detenía a muchos, impidiéndoles seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado, por temperamento, a vivir en retiro, orando. Por eso, durante 30 años fue fundando Monasterios. No obstante, las inspiraciones del Cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión.

Buscando pecadores para sanar, recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada antes de que se ocultara el sol cada día.

Reuniendo multitudes para predicarles la penitencia, la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertaba en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle.

Vestía siempre una túnica desgastada y vieja. No dejaba de ser venerado y respetado por cristianos y bárbaros, pobres y ricos, porque todos lo consideraban un verdadero Santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: "Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo". Y así sucedió. Odoacro con sus hérulos, conquistó Roma, y por cariño a San Severino, respetó el cristianismo y lo apoyó.

Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el Santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia. San Severino le rogó por la ciudad, y el rey bárbaro la perdonó, debido al extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente le replicaba, que en vez de enseñarles a hacer penitencia, les ayudara a comerciar con otras ciudades.

Él les respondió: "¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?". Luego, se alejó de la población. Poco después, llegaron los bárbaros y destruyeron el lugar, matando a mucha gente.

A Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, quien les dijo: "El remedio es orar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia".

Toda la gente se fue al templo a orar con él, menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la del hacendado perezoso, el cual vio devorada por plagas toda la cosecha de ese año.

Kuntzing es una ciudad a orillas del Danubio. Este río hacía grandes destrozos a causa de las inundaciones y mucho daño al templo católico que estaba construido al borde de las aguas.

El Santo llegó, colocó una gran Cruz en la puerta de la iglesia, y dijo al Danubio: "No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su Santa Cruz". El río obedeció, y jamás volvieron a correr sus crecientes más allá del lugar donde estaba la Cruz puesta por Severino.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir. Llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les manifestó: "Si quieren tener la bendición de Dios, respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por auxiliar lo máximo posible a los monasterios y templos". Entonando el Salmo 150, murió el 8 de enero.

Seis años más tarde, al extraer los restos, lo encontraron incorrupto como si estuviera recién enterrado. Y levantándole los párpados, notaron que sus bellos ojos azules brillaban, pareciendo estar solamente dormido.

Sus restos han sido venerados en Nápoles por muchos siglos. Todavía se conserva en uno de los Conventos de Austria fundados por él, la celda donde el Santo pasaba horas y horas orando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

"Señor Jesús, que no nos suceda nunca ser castigados por la justicia Divina como aquellos pueblos que no quisieron escuchar la invitación de San Severino a convertirse".

"Recuérdanos la frase de la Biblia: "Hoy sí escucháis la voz de Dios. No endurezcáis vuestro corazón" ( véase Salmo 95,7-8 )".

"Que escuchemos siempre a los Profetas que nos llaman a la conversión y que dejando nuestra mala vida pasada, salvemos nuestra alma".

Amén.

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