Mi Mundo

domingo, 28 de febrero de 2010

Amor y Responsabilidad

AMOR ES RESPONSABILIDAD
A TODA LA CREACION
¡Qué pesado es el deber! Hay un cierto odio al cumplirlo, por eso, yo, hace tiempo que estoy cambiando el deber por el amor, y el mundo se ha vuelto sonriente. Ya no digo: "Tengo que hacer tal cosa", sino: "¡Qué bueno que hoy podré hacer esto!" Hay una enorme diferencia entre las dos actitudes. La misma que existe entre una carga y unas alas.
San Pablo nos sorprende cuando afirma y reitera que con Cristo ha llegado la hora luminosa de la libertad; que los mandamientos del Sinaí eran obligación para los esclavos; pero que hoy somos libres pues aquéllos quedaron abolidos por el amor. "¿Qué? —pregunta uno— ¿De mo¬do que ya podemos robar, mentir y matar?"

Oh no. No es eso. Ocurre que quien ama al prójimo no necesita que le ordenen que no lo estafe, lo calumnie, ni lo hiera; pues estará, por lo contrario, deseando obsequiarlo, elogiarlo, velarlo en su enfermedad. Esta es la revolución de Cristo a la que se refiere San Pablo. Ya podernos dejar de lado los "noes" del Decálogo de Moisés, porque, desde que Cristo nos dio su enseñanza con la sola ley del amor, no sólo se puede cumplir lo de no hacer daño a los demás., como ordenan los Mandamientos, sino que positivamente estaremos ansiosos de hacerles el bien.
Con el amor basta, no se necesita más. Los actos del amor son libres, voluntarios, nacen espontáneamente; mientras que las normas del Decálogo se nos imponen desde
fuera; y entonces sólo las cumplimos a regañadientes. So¬mos libres porque se ha sustituido el deber por el amor. Queden, pues, los Diez Mandamientos sólo para los que tengan alma de esclavos, únicamente para aquellos que no saben amar. A éstos se les ha de constreñir con leyes como barrotes, para impedirles que hagan daño.
Dice el catecismo: "Estos -Diez Mandamientos se encierran en dos: en servir y amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Hay tres preciosos amores: a Dios, a los otros y a mi. "Ama,.y haz lo quieras", dirá también San Agustín. Toda la moral se reduce a una palabra: "¡Ama!". Se es bueno en la medida del amor; malo en la del desamor.
Oigan ustedes, pero no vayan a confundir esto como lo confunden los hippies o lo tuerce aquella canción popular que dice: "y si es pecado el amor, que el cielo dé explicación porqué es mandato divino", cuando probablemente se refiere a relaciones sexuales ilícitas. ¡Por favor: "Ámaos los unos a los otros" no significa "acostaos los unos con los y las otros (as) !"... Para evitar esa falsísima interpretación, se ha optado por la palabra "caridad": cháritas significa amor, en griego. Se trata, pues, de cariño, de afecto, no de lujuria.

Primero te amas tú. Y eso no es egoísmo. Los psicólogos afirman que los que no se quieren a sí mismo son incapaces de querer a otros. "La caridad bien entendida empieza por uno mismo." (San Pablo. Si te amas, tratarás de ser lo más perfecto posible. No tolerarás caer en ningún vicio que te destruya, ni harás cosa indigna de ti. Por lo contrario, tratarías de realizar todas tus potencias y hacer de ti una obra maestra. Más aún: si llegas a amarte al máximo, ansiarás para ti lo mejor de lo mejor: Dios. Sólo El te satisfará. Lo demás te parecerá poco.

Cuando se desarrolla este segundo amor, el de Dios, invade toda el alma, porque Dios es infinitamente amable. Entonces el amor a uno mismo se va relegando a otros planos, pasa a ser cosa secundaria e incluso desaparece en los santos: "No me mueve, mi Dios; para quererte, el cielo que me tienes prometido.. .".
De allí deriva el tercer amor: el de las criaturas. Se siente un afecto general por todas las cosas que el Señor ha creado: se le ama en sus obras. Es parecido a lo que te ocurre con tu novio: si lo quieres de verdad, también te emociona la calle en que vive, te entusiasma la marca de su coche, te atrae su profesión, en fin, cuanto le concierne. "El que ama la col ama las hojas dé alrededor."
Es muy difícil amar al prójimo sin que antes medie el amor a Dios. Se podrá querer a algunos, pero no a todos. ¿Por qué he de sentir afecto por ese borracho que se quedó dormido en la acera? Ya no soporto a mi tía que se sienta junto a mí en la mesa y, al hablar, salpica de saliva mi sopa. No entiendo cómo pudiera querer a la mujer que me robó mi marido. Y la muchedumbre que transita por las calles, pues... me es indiferente. En resumen: lo natural es que sólo queramos a contadísimas personas. Y los que afirman que aman a todos, son unos hipócritas, según prueba Jean Paul Sartre.
En cambio, si el amor a las criaturas se deriva del amor a Dios, ese afecto sí es auténtico. Pongamos como ejemplo a Gante, el misionero de la época colonial. Vino de España a consagrar su vida a los indios. Era primo del emperador; se encontraba en una posición envidiable en la corte. Gozaba de honores y riquezas. Todo lo dejó por unos indios.. . que ni siquiera conocía. Llegó aquí descalzo y más pobre que ellos. Sólo venía a servirlos. Les enseñó oficios, los curó, les oyó sus miserias espirituales. ¿Cómo pudo ser? Porque no intentó amar directamente al hombre, pues el hombre no siempre es digno de ser amado: algunos son antipáticos, otros perversos. Pero Gante, y junto con él otros, primero amaron, a Dios. Por ello en su donación al prójimo no hubo discriminaciones. Así, gracias a la armonía de estos tres pasos, realizaron jubilosamente el alegre imperativo de la moral: "Ama". Cristo dice que a los suyos se les "reconocerá por el amor".
Pero he aquí que tenemos a otro héroe de la ética, al hindú Gandhi, el Mahatma, cuya lucha logró la independencia de su patria. Y, siendo el Mahatma Gandhi un santo que no tenía otro deseo que ver de cara a Dios, siendo un hombre de amor, nos extraña que haya rehusado convertirse al cristianismo. ;Por qué?.le preguntamos.
Y él responde: "Porque esa religión predica un amor muy limitado". "¿Cómo? -—objetamos— ¿Qué más quiere usted, si la esencia de nuestra moralidad es amar a Dios, a uno mismo y al prójimo?"
¡Ah, pero al Mahatma le parecía poco aún. El amor ha de ser universal para ser verdadero amor, nos dice. "¿Donde está, en los cristianos, el amor a los animales, a las plantas, a todos los seres del Señor?"
Y, en verdad, la objeción nos deja pensativos. Porque el amor que no es hipócrita, carece de fronteras.

El amor auténtico no es propiamente un amor a esto y a lo otro en concreto, sino que es vivir en "estado de amor".

Es ser un sol que lo ilumine todo, que alumbre al bueno y al malo, al niño y al anciano, a la hormiga y al elefante,a la yerba y al árbol. Quien solamente ama un sector del ser, una región de criaturas, y no todo el universo, se hace sospechoso de que ni siquiera ame lo que dice amar. Si el amor no es un sol que se derrama cósmicamente, no es tal amor. Puede ser una mentira que nos estamos contando, amor-falso, aparente, detrás del cual tal vez se esconda un afán de dominio o un deseo secreto de lujuria un buscar en determinada persona protección para el miedo; en fin, quién sabe cuántos sentimientos se pueden disfrazar de amor. Sólo el amor cósmico garantiza la autenticidad.
Claro que se quiere más a unos seres que a otros, pero la luz y el calor han de abarcar todo el universo.
Sin embargo Cristo si nos eseño tambien el amor por la criatura.
Fue Cristo quien habló de ir por la oveja y traerla
abrazada. Y no es el único pasaje evangélico en que se alude al amor a los animales. "¿Quién —dice Jesús— no saca a su asno si ha caído al pozo, aun cuando sea día sábado?" Y también se refiere a la ternura que siente Dios por sus criaturas pequeñas "Los pajarillos del cielo que no siembran ni cosechan y, sin embargo, vela por ellos el padre Celestial". Aun los lirios del campo son vestidos por el Señor con ropajes más suntuosos que los de Salomon.
Mas sí lo sabía bien San Francisco de Asís, que amó al hermano lobo y a la paloma que fue a poner los huevecillos en su mano, y allí los empolló. Lo sabían tambien los Padres del yermo: compartían la cueva con las fieras,curaban al león herido. Lo sabía Fray Martín de Porres que anhelaba reconciliar al perro con el gato y al gato con el ratón, para que comieran en un mismo plato. Lo sabía San Antonio de Padua que predicó á los peces.
Es muy dulce el amor a los animales. Ten tú alguno. Cuídalo, habla con él, comparte a menudo sus juegos in¬fantilmente sin avergonzarte. Ya verás cómo mejora tu salud mental. No abandones lejos al animal que ya tienes, se morirá cruelmente de tristeza y de hambre. No enca¬denes al perro, Dios le ha dado libertad, no lo martirices; si lo sueltas, se volverá alegre y cariñoso. Recoge al gatito perdido, o envíalo al asilo de alguna sociedad protec¬tora de animales. Mas no hagas sólo el acto externo: mira mucho al animalito, contémplalo largamente y llega¬rás a quererlo.
Enseña a tus hijos a sentir como hermanitos menores a esos seres pequeños e indefensos, para que jueguen con ellos sin lastimarlos, les den de comer .y les cambien el agua; así aprenderán dos cosas: a proteger al débil y a amar. Sí, en esa etapa, el amor al animal es una puerta que e! Dios del Amor nos habré en el corazón: el niño que ama -a los animales, después amará a los hombres; el que tortura al perro, al gato, a los pequeños insectos, fá¬cilmente será de adulto un hombre sin compasión y sin entrañas. No olvides que ese cariño es de lo más educa¬tivo. ¡Y no vayas a cometer jamás la crueldad de hacer desaparecer al animal que quería tu pequeño: es un cri¬men ; es como si a ti te secuestraran a tu hijo!
El animal, por no sé qué conducto misterioso, conoce a los que le aman, y no los ataca. Gandhi vivió con su familia y trescientas personas más en unas granjas llenas de serpientes, pero en un período de 25 años jamás mordieron ni siquiera a los niños. Yo les meto la mano en el hocico a los perros atropellados, enteramente desconocidos, para ponerles una. cápsula que los duerma, y ni siquiera se me ha ocurrido que puedan morderme; salvo a las arañas peludas que caen en la tina del baño sacándolas con un papel húmedo arrugado, para no lastimarlas, y corren por mi brazo míen tras las llevo al jardín. Desde que amo a los animales, voy al campo y no me pican ni los mosquitos.
Es el adulto el que fabrica el miedo del niño a los animales. La mamá, en la calle, lo sacude: ''¡Quítate! —le grita— ¡que allí hay un perro!" ¡Y el perro está tan tranquilo! Mas con el grito y el olor a la adrenalina que acompaña al susto de la madre, el animal se excita, y entonces sí que podría morder, pues lo han provocado.
Y no sólo hay que amar a los animalitos; también de¬bemos querer a las plantas. Son seres vivos. ¡ Cómo sufre uno cuando ve talar un árbol! No permitas que tus hijos arranquen las ramas o descortecen los arbustos., o jueguen con el balón junto a los arbolillos tiernos. Haz que los cuiden, que los rieguen y los gocen, no tanto por lo útiles que son, sino por los vegetales mismos.
Amplía todavía más tu amor. Ama a los seres inanima¬dos: a este paisaje de rocas, al mar; y a cosas pequeñas: este anillo que llevas aunque sea de poco valor, y el sillón donde se sienta a leer tu marido. Acaricia las cosas con tus manos. No. .te niegues al afecto. Nunca te. cierres a la ternura. El Mahatma Gandhi editaba un periódico, en una imprenta movida por una rudimentaria máquina de petróleo. Esta se descompuso una vez, la víspera de salir la edición, y -nadie podía arreglarla, ni el_ingeniero. Se turnaron para manejar a mano la imprenta y lograron sacar el periódico a tiempo. Mas por la mañana un em¬pleado, encendió la mecha y la máquina empezó a funcio¬nar perfectamente. Entonces alguien dijo en broma: "No quería trabajar porque estaba cansada". Gandhi lo tomó al pie de la letra. Desde entonces, por amor, la dejaban descansar de vez en cuando y trabajaban por ella. "¡Ah, dice el Mahatma, cómo se elevaba el espíritu de todos cuando esto hacíamos!"
¡Anda ya! Desde ahora no ahorres el afecto. ¿Tienes miedo de querer, porque se sufre? ¡Cobarde! La valentía es virtud fundamental. Y por consiguiente el miedo es -un pecado. Amar es vivir, no te encoja el temor y te. cie¬rres a la vida. Ni ames con fronteras. Sé amor. Entonces podrás hablar con los árboles; las estrellas te contarán secretos y quizá aun en vida verás a Dios.


Anonimo

sábado, 6 de febrero de 2010

El Sentimiento de Culpa

EL SENTIMIENTO DE CULPA
¿ Quién se dice la verdad ?

A la mayoría de las personas le espanta el enfrentarse a cualquier hecho desagradable y decide hacer lo que el avestruz que, ante el cazador, esconde la cabeza debajo del ala.
Pero con no ver no se resuelve nada; por lo contario, es posible que más pronto se nos echen encima los males que temíamos.


Hay muchas maneras de tomarnos el pelo a nosotros mismos para tranquilizarnos y terminar con nuestra inquietud. La más brava es la de negar de plano los hechos. A una amiga mía muy querida le anunció el médico que, desgraciadamente, su enfermedad no tenía remedio, pues ambos riñones estaban inutilizados, y que sólo viviría tres o cuatro meses. Cuando ella me lo dijo, se me vino el mundo encima. Otros médicos confirmaron el trágico pronóstico.
Durante aquellos crueles meses todos procuramos distraerla y animarla. A mí me sorprendió que ella, en sus circunstancias, respondiera con alegría a esos estímulos.
Un día le dije que dentro de un año pensaba yo hacer un cierto viaje, y ella se alborotó enseguida; podría ir con mingo-díjome-porque para entonces ya se habría aliviado. Eso fue dos semanas antes de que muriese. Ya estaba gravísima. Sin embargo su mente había borrado por completo la sentencia tan reiterada por los facultativos. Así como esto, durante toda su vida había llevado ese sistema de negar aquello que le resultaba demasiado fuerte para aceptarlo. A los que, con ella, habíamos sido testigos de algo, solía desmentirnos con asombrosa frescura.
Dirán ustedes qué buena receta les he dado, pues siguiendo ese método uno puede evitarse muchísimas aflicciones. ¡ Nada de eso ¡ Mi amiga sufría como el que más, sólo que en le momento menos previsto e ignorando el motivo por el cual se sentía torturada. De improviso, cuado parecía más contenta, se echaba a llorar; o se angustiaba descomunalmente por cualquier cuestión baladí. Es que tales tonterías no se hacen impunemente. Aunque uno se cuente la mentira, el subconsciente sabe la verdad. Allá quisimos soterrar la vivencia que nos resultaba insoportable, pero la enterramos viva, cargada co todo el peso de su congoja. Y estos habitantes del subconsciente nos juegan muy malas pasadas, nos invaden a traición en el instante en que andamos más desprevenidos. Pero ni siquiera podemos luchar contra ciertos sentimientos torturantes que nos embargan de súbito, pues no tiene rostro, vienen con la cara tapada, no sabemos qué cosa es la que nos martiriza. Son espectros inasibles a los que no podemos dominar ni vencer. Más vale luchar con las cosas adversas cara a cara, en el momento mismo que ocurren. Así tendremos siquiera un enemigo visible, al que podremos medir y analizar, al que nos enfrentaremos con la luz de nuestra razón.

Yo no fui….
Otra forma de rehuir lo desagradable consiste en deformarlo en nuestra mente. Esto suele hacerse, sobre todo, tratándose de un remordimiento de conciencia. Uno trata de quitarse o de disminuir su culpa contándose una versión inexacta de os hechos y, si es posible, cargándole el yerro a otros. Así quedamos muy convencidos de que somos inocentes palomitas y, tal vez, de que los pícaros malvados son los demás. Aun los más sinceros, los que reconocen su tropiezo, al menos quisieran rebajar el pecado a la mitad.
Decimos, por ejemplo: “Es cierto que le quité el marido a fulanita; pero ya ellos pensaban separarse desde antes que él me conociera, pues ya ese hogar se había convertido en un infierno por el mal carácter de ella”
Una mujer se va a confesar y dice al sacerdote : “ Acúsome de haber causado deshonra a una persona contando ciertas cosas secretas de ella y eso le puede acarrear muchos daños”. Hasta aquí es veraz, pero añade: “Sin embargo créame, padre, debe haber estado ya muy desprestigiada”. Lo cual no es cierto; mas la penitente se contó a sí misma ese cuento y se lo creyó bien creído, para disminuir sus remordimientos.
Un amigo respetable y decentísimo viene a referirme su caso, pues ya no lo soporta en la conciencia; pero lo hace como sin darle importancia en medio de una conversación de negocios: “Sí, querido amigo-me dice- , tú estás pensando que, descaradamente, lo estafé. Pues sí, Pero es que es muy bruto. Adémas, unos cientos de miles de pesos ¿ qué son para él que tiene millones?.
La muchacha soltera que va a tener un hijo le hecha la culpa entera al novio.(Ante sus padres, lo que sí se explica; pero también ante sí misma.) E l jovencito mariguano alega que su papá es el responsable de todo y porque nadie lo comprende. El estudiante que reprobó una materia acusa al profesor de ser muy injusto y de que le tiene “ojeriza”.

¡Valla, valla¡ ¡Qué difícil parece que alguien se diga la verdad¡ ¡Dónde está ese valiente que no retroceda al mirarse la conciencia?. ¿Dónde hallar al campeón que prefiera vérselas cara a cara con ciertos terribles hechos internos o externos, en vez de cerrar los ojos y huir diciéndose: “No he visto nada; no es cierto; nada sucede”…

Pero mal negocio han hecho los que se disculpan y creen que así ya está todo arreglado. Se repite el mismo fenómeno ya descrito: el subconsciente sabe la verdad. ¡Caramba con ese subconsciente ¡!qué molesto es tener dentro de nosotros mismos a ese testigo insobornable¡ El sentimiento de culpa no se ha tirado por la borda: lo llevamos cargando, escondido en las entrañas de la mente. Y nos va a causar miles de disgustos. Desde allí está clamando porque recibamos el castigo que merece nuestra falta: nos desazona. Experimentamos un vago impulso de rechazo contra nosotros mismos, de desamor, de minusvalía, hasta de asco por nuestra persona. Es la culpa no resuelta y mal enterrada. Pero no da la cara. Ya no recordamos la cosa concreta, y por o tanto, será muy difícil remediarla confesándola y arrepintiéndonos con lágrimas para quedar lavados de ella.
Subconcientemente se presenta sólo como una necesidad de castigo. Y pronto nos vemos tratando de fracasar en cuanto emprendemos. Es expiación. Y no nos explicamos porqué cometimos tal tontería que frustró nuestro bien planeado proyecto. También sentenciamos a muerte algunas de las cosas que más nos interesan y más amamos.
Se nos cae de las manos un finísimo florero o provocamos el rompimiento con la persona sin la cual no podíamos vivir. ¡qué crueles, qué inmisericordes somos para sancionarnos¡ Cualquier juez resultaría menos inclemente; sobre todo, nos diría a qué clase de pena nos iba a condenar. En tanto que el subconsciente nos castiga a mansalva, sin decirnos dónde, ni a qué hora, ni en qué, ni por qué.
¡Cuánto mejor es declararse uno mismo la verdad cruda y si tapujos, aunque nuestra culpa sea de las mas graves! Si cada noche, antes de dormir, tuviéramos el hábito de confesarnos lealmente mirando a Dios a los ojos, ¡cuántos fracasos inexplicables nos ahorraríamos y, tal vez a pesar de nuestras faltas, empezaríamos a estimarnos a nosotros mismos, al menos por haber adquirido las virtudes de la valentía y de la veracidad¡

Un miedo moderno:el temor a las palabras

Pero prosigamos. Entre las formas que hay para que el hombre se mienta a sí mismo ante los hechos aflictivos; se ha puesto hoy de moda el eufemismo; esto es, el poner nombres bellos a las cosas feas.
Cuando decimos “ rebedes sin causa”. El nombre realista es DELINCUENTE, CRIMINAL, FACINEROSO. Lo de “ rebeldes sin causa “ suena tan bonito que hasta dan ganas de serlo.
Hoy se les llama “ hippies” a los que antes, lisa y llanamente se llamaba VAGOS.
A los tontos se les dice ahora “de lento aprendizaje”. ¡qué miedo padece hoy la gente ¡ ¡Miedo hasta de las palabras¡ ¿Será posible que seamos tan enclenques?
No se quiere calificar a alguien de BORRACHO, aunque todos los días llegue cayéndose a su casa, si es que llega.
Prefieren insinuarlo nomás con aquello de que “viene pasadito de copas”.
Ve tú a visitar a un enfermo, y si preguntas cómo está, te responden: “Delicadito”. Te asomas y está agonizando. Con eso de los complejos de Freud , ya tenemos para eufemismos. Al ENVIDIOSO que se trae fritos a todos, le atribuimos dizque caritativamente un “complejo de inferioridad”. De la señorita que hace rabiar a su mamá de día y de noche decimos que padece “complejo de electra”. A este paso vamos a borrar del diccionario-y de la conciencia- la palabra PECADO.
¿No sería más saludable volver a los nombres antiguos para que a la gente acaso le dieran ganas de corregirse?.
Un día me dijo una chica: -soy cleptómana. ¿Dígame qué debo hacer para enmendarme?
-Mira, pues lo primero será que me lo digas y que te lo digas en castellano; porque la verdad es que en griego suena elegantísimo. ¡Eres una RATERA¡.
En cierta ocasión encontré en la calle a un jovencito casi en estado de coma a causa de una sobredosis de drogas, Además, era ladrón. Su tío me explicó: “ es un muchacho desorientado”. Por eso no habían hecho nada por ayudarlo.
¿Por qué le cambiamos el nombre a ese sentimiento que sentimos por alguien, en vez de usar valientemente la palabra exacta de “ODIO” o “AMOR”? Entonces podríamos luchar en pro o en contra de ello.
Alguien dijo “Si en lugar de decir que gozamos de amplio crédito, dijéramos que hemos contraído muchas deudas, nuestra conducta económica cambiaría”. ¡Cuánta razón tuvo quien pensó esto¡.
Un Escritor irónico dijo que el lenguaje se hizo para ocultar la verdad. Desdichadamente así ocurre, cuando el lenguaje debería ser precisamente, para la verdad, el lenguaje resulta tan apto para aclarar las ideas confusas, los sentimientos obscuros, las cosas mal definidas.
Hablarse uno a sí mismo con sinceridad es poner luz en la conciencia y llegar al precioso conocimiento del propio yo.

Nada hay mas bello que la verdad
Basta pues, de mentirnos ; de usar torpes supercherías para eximirnos de nuestras culpas; si no hemos de ser sinceros con los demás, seamos francos al menos con nosotros mismos. El auto engaño es el peor de todos los engaños y trae dolores incalculables. La histeria se debe a las mentiras escondidas. ¿Y qué otra cosa hacen los psicoanalistas sino conducir al enfermo a la confesión de la verdad que pretendía ocultarse?
Hay que llamar al pan: pan y al vino: vino. Este será el cimiento para construir una personalidad valiosa. Todo sería vano sino se fincara en la verdad, en el famoso “conócete ti mismo”. Ya la franqueza para sí mismo es un valor de suyo, ya con ella valemos algo. Empero es también el primer paso en la senda heroica de uno de los valores más estimables: el de la VALENTIA. ¡Valla si se necesita un corazón bien puesto para la autoconfesión de la verdad desnuda¡ Y el que es valiente ya será capaz de conquistar al mundo y de conquistarse a sí mismo.
Si amáramos la verdad, ¡qué fuertes seríamos¡ En cambio, ¡qué ruinoso es tomarnos a nosotros mismos el pelo¡


Distrito Acambaro de neuroticos anonimos posteado por Grupo Renacer

Homilias en MP3 Headline Animator