Mi Mundo

sábado, 6 de febrero de 2010

El Sentimiento de Culpa

EL SENTIMIENTO DE CULPA
¿ Quién se dice la verdad ?

A la mayoría de las personas le espanta el enfrentarse a cualquier hecho desagradable y decide hacer lo que el avestruz que, ante el cazador, esconde la cabeza debajo del ala.
Pero con no ver no se resuelve nada; por lo contario, es posible que más pronto se nos echen encima los males que temíamos.


Hay muchas maneras de tomarnos el pelo a nosotros mismos para tranquilizarnos y terminar con nuestra inquietud. La más brava es la de negar de plano los hechos. A una amiga mía muy querida le anunció el médico que, desgraciadamente, su enfermedad no tenía remedio, pues ambos riñones estaban inutilizados, y que sólo viviría tres o cuatro meses. Cuando ella me lo dijo, se me vino el mundo encima. Otros médicos confirmaron el trágico pronóstico.
Durante aquellos crueles meses todos procuramos distraerla y animarla. A mí me sorprendió que ella, en sus circunstancias, respondiera con alegría a esos estímulos.
Un día le dije que dentro de un año pensaba yo hacer un cierto viaje, y ella se alborotó enseguida; podría ir con mingo-díjome-porque para entonces ya se habría aliviado. Eso fue dos semanas antes de que muriese. Ya estaba gravísima. Sin embargo su mente había borrado por completo la sentencia tan reiterada por los facultativos. Así como esto, durante toda su vida había llevado ese sistema de negar aquello que le resultaba demasiado fuerte para aceptarlo. A los que, con ella, habíamos sido testigos de algo, solía desmentirnos con asombrosa frescura.
Dirán ustedes qué buena receta les he dado, pues siguiendo ese método uno puede evitarse muchísimas aflicciones. ¡ Nada de eso ¡ Mi amiga sufría como el que más, sólo que en le momento menos previsto e ignorando el motivo por el cual se sentía torturada. De improviso, cuado parecía más contenta, se echaba a llorar; o se angustiaba descomunalmente por cualquier cuestión baladí. Es que tales tonterías no se hacen impunemente. Aunque uno se cuente la mentira, el subconsciente sabe la verdad. Allá quisimos soterrar la vivencia que nos resultaba insoportable, pero la enterramos viva, cargada co todo el peso de su congoja. Y estos habitantes del subconsciente nos juegan muy malas pasadas, nos invaden a traición en el instante en que andamos más desprevenidos. Pero ni siquiera podemos luchar contra ciertos sentimientos torturantes que nos embargan de súbito, pues no tiene rostro, vienen con la cara tapada, no sabemos qué cosa es la que nos martiriza. Son espectros inasibles a los que no podemos dominar ni vencer. Más vale luchar con las cosas adversas cara a cara, en el momento mismo que ocurren. Así tendremos siquiera un enemigo visible, al que podremos medir y analizar, al que nos enfrentaremos con la luz de nuestra razón.

Yo no fui….
Otra forma de rehuir lo desagradable consiste en deformarlo en nuestra mente. Esto suele hacerse, sobre todo, tratándose de un remordimiento de conciencia. Uno trata de quitarse o de disminuir su culpa contándose una versión inexacta de os hechos y, si es posible, cargándole el yerro a otros. Así quedamos muy convencidos de que somos inocentes palomitas y, tal vez, de que los pícaros malvados son los demás. Aun los más sinceros, los que reconocen su tropiezo, al menos quisieran rebajar el pecado a la mitad.
Decimos, por ejemplo: “Es cierto que le quité el marido a fulanita; pero ya ellos pensaban separarse desde antes que él me conociera, pues ya ese hogar se había convertido en un infierno por el mal carácter de ella”
Una mujer se va a confesar y dice al sacerdote : “ Acúsome de haber causado deshonra a una persona contando ciertas cosas secretas de ella y eso le puede acarrear muchos daños”. Hasta aquí es veraz, pero añade: “Sin embargo créame, padre, debe haber estado ya muy desprestigiada”. Lo cual no es cierto; mas la penitente se contó a sí misma ese cuento y se lo creyó bien creído, para disminuir sus remordimientos.
Un amigo respetable y decentísimo viene a referirme su caso, pues ya no lo soporta en la conciencia; pero lo hace como sin darle importancia en medio de una conversación de negocios: “Sí, querido amigo-me dice- , tú estás pensando que, descaradamente, lo estafé. Pues sí, Pero es que es muy bruto. Adémas, unos cientos de miles de pesos ¿ qué son para él que tiene millones?.
La muchacha soltera que va a tener un hijo le hecha la culpa entera al novio.(Ante sus padres, lo que sí se explica; pero también ante sí misma.) E l jovencito mariguano alega que su papá es el responsable de todo y porque nadie lo comprende. El estudiante que reprobó una materia acusa al profesor de ser muy injusto y de que le tiene “ojeriza”.

¡Valla, valla¡ ¡Qué difícil parece que alguien se diga la verdad¡ ¡Dónde está ese valiente que no retroceda al mirarse la conciencia?. ¿Dónde hallar al campeón que prefiera vérselas cara a cara con ciertos terribles hechos internos o externos, en vez de cerrar los ojos y huir diciéndose: “No he visto nada; no es cierto; nada sucede”…

Pero mal negocio han hecho los que se disculpan y creen que así ya está todo arreglado. Se repite el mismo fenómeno ya descrito: el subconsciente sabe la verdad. ¡Caramba con ese subconsciente ¡!qué molesto es tener dentro de nosotros mismos a ese testigo insobornable¡ El sentimiento de culpa no se ha tirado por la borda: lo llevamos cargando, escondido en las entrañas de la mente. Y nos va a causar miles de disgustos. Desde allí está clamando porque recibamos el castigo que merece nuestra falta: nos desazona. Experimentamos un vago impulso de rechazo contra nosotros mismos, de desamor, de minusvalía, hasta de asco por nuestra persona. Es la culpa no resuelta y mal enterrada. Pero no da la cara. Ya no recordamos la cosa concreta, y por o tanto, será muy difícil remediarla confesándola y arrepintiéndonos con lágrimas para quedar lavados de ella.
Subconcientemente se presenta sólo como una necesidad de castigo. Y pronto nos vemos tratando de fracasar en cuanto emprendemos. Es expiación. Y no nos explicamos porqué cometimos tal tontería que frustró nuestro bien planeado proyecto. También sentenciamos a muerte algunas de las cosas que más nos interesan y más amamos.
Se nos cae de las manos un finísimo florero o provocamos el rompimiento con la persona sin la cual no podíamos vivir. ¡qué crueles, qué inmisericordes somos para sancionarnos¡ Cualquier juez resultaría menos inclemente; sobre todo, nos diría a qué clase de pena nos iba a condenar. En tanto que el subconsciente nos castiga a mansalva, sin decirnos dónde, ni a qué hora, ni en qué, ni por qué.
¡Cuánto mejor es declararse uno mismo la verdad cruda y si tapujos, aunque nuestra culpa sea de las mas graves! Si cada noche, antes de dormir, tuviéramos el hábito de confesarnos lealmente mirando a Dios a los ojos, ¡cuántos fracasos inexplicables nos ahorraríamos y, tal vez a pesar de nuestras faltas, empezaríamos a estimarnos a nosotros mismos, al menos por haber adquirido las virtudes de la valentía y de la veracidad¡

Un miedo moderno:el temor a las palabras

Pero prosigamos. Entre las formas que hay para que el hombre se mienta a sí mismo ante los hechos aflictivos; se ha puesto hoy de moda el eufemismo; esto es, el poner nombres bellos a las cosas feas.
Cuando decimos “ rebedes sin causa”. El nombre realista es DELINCUENTE, CRIMINAL, FACINEROSO. Lo de “ rebeldes sin causa “ suena tan bonito que hasta dan ganas de serlo.
Hoy se les llama “ hippies” a los que antes, lisa y llanamente se llamaba VAGOS.
A los tontos se les dice ahora “de lento aprendizaje”. ¡qué miedo padece hoy la gente ¡ ¡Miedo hasta de las palabras¡ ¿Será posible que seamos tan enclenques?
No se quiere calificar a alguien de BORRACHO, aunque todos los días llegue cayéndose a su casa, si es que llega.
Prefieren insinuarlo nomás con aquello de que “viene pasadito de copas”.
Ve tú a visitar a un enfermo, y si preguntas cómo está, te responden: “Delicadito”. Te asomas y está agonizando. Con eso de los complejos de Freud , ya tenemos para eufemismos. Al ENVIDIOSO que se trae fritos a todos, le atribuimos dizque caritativamente un “complejo de inferioridad”. De la señorita que hace rabiar a su mamá de día y de noche decimos que padece “complejo de electra”. A este paso vamos a borrar del diccionario-y de la conciencia- la palabra PECADO.
¿No sería más saludable volver a los nombres antiguos para que a la gente acaso le dieran ganas de corregirse?.
Un día me dijo una chica: -soy cleptómana. ¿Dígame qué debo hacer para enmendarme?
-Mira, pues lo primero será que me lo digas y que te lo digas en castellano; porque la verdad es que en griego suena elegantísimo. ¡Eres una RATERA¡.
En cierta ocasión encontré en la calle a un jovencito casi en estado de coma a causa de una sobredosis de drogas, Además, era ladrón. Su tío me explicó: “ es un muchacho desorientado”. Por eso no habían hecho nada por ayudarlo.
¿Por qué le cambiamos el nombre a ese sentimiento que sentimos por alguien, en vez de usar valientemente la palabra exacta de “ODIO” o “AMOR”? Entonces podríamos luchar en pro o en contra de ello.
Alguien dijo “Si en lugar de decir que gozamos de amplio crédito, dijéramos que hemos contraído muchas deudas, nuestra conducta económica cambiaría”. ¡Cuánta razón tuvo quien pensó esto¡.
Un Escritor irónico dijo que el lenguaje se hizo para ocultar la verdad. Desdichadamente así ocurre, cuando el lenguaje debería ser precisamente, para la verdad, el lenguaje resulta tan apto para aclarar las ideas confusas, los sentimientos obscuros, las cosas mal definidas.
Hablarse uno a sí mismo con sinceridad es poner luz en la conciencia y llegar al precioso conocimiento del propio yo.

Nada hay mas bello que la verdad
Basta pues, de mentirnos ; de usar torpes supercherías para eximirnos de nuestras culpas; si no hemos de ser sinceros con los demás, seamos francos al menos con nosotros mismos. El auto engaño es el peor de todos los engaños y trae dolores incalculables. La histeria se debe a las mentiras escondidas. ¿Y qué otra cosa hacen los psicoanalistas sino conducir al enfermo a la confesión de la verdad que pretendía ocultarse?
Hay que llamar al pan: pan y al vino: vino. Este será el cimiento para construir una personalidad valiosa. Todo sería vano sino se fincara en la verdad, en el famoso “conócete ti mismo”. Ya la franqueza para sí mismo es un valor de suyo, ya con ella valemos algo. Empero es también el primer paso en la senda heroica de uno de los valores más estimables: el de la VALENTIA. ¡Valla si se necesita un corazón bien puesto para la autoconfesión de la verdad desnuda¡ Y el que es valiente ya será capaz de conquistar al mundo y de conquistarse a sí mismo.
Si amáramos la verdad, ¡qué fuertes seríamos¡ En cambio, ¡qué ruinoso es tomarnos a nosotros mismos el pelo¡


Distrito Acambaro de neuroticos anonimos posteado por Grupo Renacer

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